11 sept 2010

En una vida sin temores no me gustaría esperar la muerte. Sin el dulce, dulce sabor de la incertidumbre y el desarraigo. Estoy enfermo, pero no más que mis congéneres, esos que no saben aprovechar cada minúsculo pedazo de tiempo que les regala mamá naturaleza. Es por eso que yo oigo una monja aullando de rabia y desesperación en el ulular del viento. Un grito no dirigido a los hombres, sino al dios que nunca existió; ese que pintan en lienzos y representan en estandartes. Oremos por aquellos rezos inútiles y aquella castidad de manicomio. Aquél sentimiento de culpa heredada. Aquella represión que desencadena violencia y lujuria, los atributos más pobres del género humano. El control del falo sobre la mente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

has borrado mi comentario, o es que no se publico?! ¬¬

Miguel Ángel García González dijo...

yo no borré nada, y menos de un anónimo, que son los mejores...