El otro día yendo a clase me encontré un montón de cosas tiradas en cajas cerca de un contenedor. Eran cosas de mujer joven, de chica. Lo sé porque había zapatos de tacón, una americana raída, un minipeluche de jirafa viejo... Lo primero que hice fue seleccionar todos los libros que parecían rescatables. Me encontré varias sorpresas. Abundaban libros literatura inglesa (sobre todo de principios de siglo), un gran libro en inglés que contenía las cien mejores historias de ficción del siglo veinte, un libro de yoga, un ejemplar de la revista “Cáñamo” sobre el carácter psicoactivo del nuevo milenio, ejemplares de revistas de decoración y dos libros que me revelaron la naturaleza teológica y misteriosa de nuestra protagonista, cuya vida fui recomponiendo a partir de sus deshechos: El Corán traducido y comentado, y un libro escrito por un líder de secta, que fue mi gurú y líder espiritual durante unos meses que pasé recluido en mi onanismo hace tres o cuatro años, ¡oh, casualidad! Llegué a él a través de un artículo en la red sobre los perjuicios de la masturbación, donde se defendía que esta práctica priva de la energía al género masculino esgrimiendo argumentos tan dispares como que a los toros antes de una corrida no se les deja arrimarse a ningún ejemplar femenino por miedo a que pierdan su energía. Debe ser que pierden su fuerza vital y se quedan un poco atontados, como nosotros. En la página también había testimonios de gente que llevaba veinte años sin eyacular y les iba muy bien, cosa que me trastocó un poco. Yo no llegué a comprarme la biblia de este señor, su libro sagrado. Sí compré un librito que anunciaban unos carteles, sobre un señor que a través el desdoblamiento astral (exploración del universo a través del sueño consciente) había visitado gente de otros planetas, y profetizaba que la tierra iba a ser destrozada inminentemente a manos de un gran planeta rojo. Esto fue en mi etapa onanista como dije, cuando me tragaba cualquier tipo de conspiración para hacer de mi vida un poquito interesante. Supongo que las motivaciones de esta chica fueron parecidas, quizás también se recluyó unos meses en la megalomanía conspiranoica, pero con el componente de pasar a la acción, pidiendo este libro a Sudamérica. Seguramente la energía que yo desperdiciaba en forma de coágulos de papel higiénico marcó la diferencia. Me gustaría saber si esto fue así, de verdad me gustaría.
Subí todos los libros a casa.
Subí todos los libros a casa.
Hay más. Además de los libros me encontré un par de lienzos pequeños que exponían dos bocetos de una mujer, de la misma mujer, inacabados. Tenían los rasgos básicos hechos a lápiz: ojos sin pupilas, forma de la cabeza y el cuello, boca pequeña e inexpresiva (labios gruesos y pequeños rodeando una línea plana), el sombreado de una nariz sin punta, cejas. Luego lo había pasado a boli pero se ve que el resultado no le gustó en ninguno de los dos casos. Seguramente después del fracaso del primer boceto se decidió a comprar el otro mini lienzo (tamaño de medio folio), pero el segundo acabó pareciéndose tanto al primero que decidió dejar la empresa de retratarse a sí misma. Quizás nadie le advirtió que podía pintar al óleo encima borrando las líneas mal trazadas del primer boceto, así se habría ahorrado tener que ir a la tienda de nuevo. Supongo que para ella la pintura estaba llena de grandes esperanzas siempre frustradas. En fin, como yo sí sé que el óleo puede borrar esas líneas de boli mal hechas, me he llevado a casa los dos lienzos. Ahora reposan encima de la mesa, uno encima de otro, así que la mujer que poseía la mitad de los libros que tengo en la estantería me mira con esos ojos vacíos a todas horas. Quizás la cuelgue en la pared. Quizás cuelgue los dos retratos en la pared aunque se parezcan mucho, no se, tienen algo de misterio, algo de inspiración frustrada que me llama. Todo el mundo admira la inspiración llevada a buen puerto, con resultado, pero qué pasa todos esos amagos de hacer la gran novela o el gran cuadro que se han ido al garete en la primera pincelada/párrafo. Esos también tienen su parcelita en el corazón de cada uno, ¿o no?
Poco a poco el número de cajas fue aumentando en el contenedor de al lado de casa. Parecía una mudanza sin retorno. Mudanza al vertedero. Apareció un gran lienzo alargado, esta vez apoyado en la pared, que tenía una imagen muy colorista, con mucho amarillo. Era un simple cactus alojado en un rincón de una casa, con paredes amarillas obviamente, visto desde arriba, es decir, desde la altura de una persona media. No me gustó nada, pero otra vez me pareció que tenía ese encanto de inspiración frustrada. A veces el tiempo o las circunstancias no te deja encauzar bien la energía. No soy de echarle la culpa a uno mismo, porque no creo que eso sea un concepto muy estable, el del uno mismo digo. Sigamos. Un flexo, una caja fuerte color rojo cereza que cierra por combinación, documentos importantes, planos de edificios. Seguramente estudiara arquitectura. Si tuviera que elegir otra vez qué carrera escoger haría arquitectura, porque ahí confluyen todas las artes, es como la gran ramera que abre sus brazos a cualquier deformidad del espíritu: música, literatura, pintura... Todo vale. Por lo menos te permite picar de todo un poco, que es lo que se necesita cuando uno se abre al mundo.
Como no había más libros ni enseres que me interesaran, preferí dejar las cajas a su suerte, quizás alimentaran otra imaginación calenturienta. Volví a casa. Después de comer suelo relajarme y leer un poco, pero esa tarde tuve que interrumpir mis quehaceres porque un chillido desgarrador subió desde la calle hasta mi ventana misma. Bajando a toda prisa me encontré a la chica protagonista, que se lamentaba al ver que todas sus cosas estaban tiradas en la calle como si nada. Yo la intenté consolar pero ella no paraba de gritar y llorar, doblando las rodillas y golpeando con los puños el aire que pasaba por debajo de ella, eso sí, con la camiseta (de manga larga) bien agarrada. Era una escena bonita, podríamos decir. Yo la dije que la podía ayudar a llevar todo de nuevo a su casa. Dijo que ya no tiene casa, que su novio le ha dejado. Pues en algún sitio tendrás que dormir esta noche. No sé, además faltan cosas. Pensé decirle que era yo el autor de la fechoría, y que no se preocupara, que sus libros estaban a buen recaudo en mi salón. ¡Y el cabrón se ha meado encima de todo!, saltó. Aquí el patetismo de la situación me agarró por las pelotas y me hizo soltar un desgarrador ¡Jodeeeer! Porque yo soy muy escrupuloso, y no es sólo que hubiera tocado todos esos libros meados -que, por cierto, algo podría haber sospechado porque estaban algo húmedos, aunque nada oloroso los delataba, no olían a hormonas de hombre, seguro que no le funcionaban bien los huevos a ese cabrón- sino que además estaban rezumando ese sucio pis entre mis libros favoritos. ¿Por qué gritas tanto? Mi alarido la asustó claro. Lo siento, es que estas cosas me ponen malo. La chica me miró de arriba abajo y le dije: Mira, si quieres podemos llevar lo que quieras salvar a mi casa, hasta que te aclares digo, vivo aquí al lado. Vale, vamos a tu casa. ¿Pero y las cosas? Da igual, vamos. Está bien, pero no podemos ir al salón ¿vale?