20 oct 2011

Nada funciona. Nada parece funcionar. Debe de ser que estoy en una de esas etapas en las que nada se puede hacer. Más que esperar. Esperar la condena. No, esperar a que pase la condena. Sólo quería acceder a Internet. Estoy en un pub, yo sólo con mi ordenador, intentando ordeñar un poco de Internet. Yo creo que no puedo escribir. Quizás después de haber interiorizado al innombrable pueda escribir. De hecho escribo, pero no sé si con el ritmo adecuado. Es mal presagio, porque si de verdad tengo el ritmo, me va a costar mucho desembarazarme de él mañana, cuando me toque estudiar las álgebras no conmutativas. Suena a misterio y extraño, por lo menos para mí, pero es demasiado básico como para poder chupar algún jugo dulce. Todos los jugos son amargos, o ácidos, pero demasiado ácidos como para poder disfrutarlos, como cuando disrutas el zumo de la naranja, o del limón para los finos de paladar. Ahora se supone que me toca aguantar. Yo sólo quería un descansito, quizás bajarme alguna película. Siempre he podido conseguir Internet aquí, pero hoy no me toca. Hoy no debía haber salido de mi madriguera, y por eso no puedo ordeñar maná, Internet, el acceso al conocimiento. Sólo una peliculilla para despistar mi soledad. Nada. Ni eso se me permite. Esto es lo más antiliterario que te puedas encontrar, y claro, aquí estoy, intentando hacer literatura sin conseguirlo, sin conseguir aportar ni tan sólo un gramo a los estantes de la novela, grandes estantes llenos de libros pesados, amarillos o marrones ya, acartonados y llenos de polvo, telarañas. En fin, por lo menos la gente se despista. Hago que la gente se confunda al verme. Éste se supone un lugar idóneo para tomarte una pinta y relajarte después del trabajo, y eso es exactamente lo que es, nada más, nada que se aleje de la norma. Excepto yo esta noche, un niño con un portátil y una cerveza, escribiendo, dando vueltas al bar en busca de la ansiada señal wifi o guaifai como la llaman por aquí. Es curioso que guaifai se parezca un poco a Gadafi, que hoy ha muerto. También murió Sancho hace unos días, y de eso nadie se percata. Y menos los encorbatados que se reúnen en el pub, aposentando sus trajeados culos en el algodón de los asientos de madera, asientos de nobleza. Pero hoy se llevan una pequeña espina clavada en lo más recóndito de su pie, del pie de su subsconciente me refiero, porque me han visto, como decía, un niño deambulante, bueno no tan niño, pero sí a sus ojos, todavía tengo que presentar mi DNI para acreditar que tengo veintiuno, y tendré que hacerlo durante unos años más, si las cuentas no me fallan. En fin, ven a un niño aporreando teclas. Bueno la verdad es que las teclas de mi portátil son bastante sensibles y no necesitan demasiado aporreo, pero me gusta ser nostalgioso, nostalgia de un pasado que no me corresponde, y me gusta pensar en mi ordenador como en una máquina de escribir, de las de antes. La disposición de las páginas de Word me deja fantasear. Pues como decía yo no debería estar aquí. Debería estar en un pub de estudiantes, hablando de cosas de estudiantes, de las clases, no de las clases no, supongo que hablan de chicas, sí, y de las cogorzas que se han cogido, o que se cogen, o se cogerán. No sé, la verdad es que no me improta demasiado lo que hablen, por eso estoy aquí mascullando la soledad, ahorrando tiempo, tomándome un pequeño descanso en este pub antes de volver a mi cueva, donde estaré más solo, ya no tendré voces a mi alrededor que me justifiquen, no tendré miradas que perturbar más que la mía, que es bastante sensible, pero no le afectan tanto los asuntos internos, o le afectan, pero prefiere mirar para otro lado, por miedo quizás. Por miedo a no sé muy bien qué, al autocastigo que me impongo día tras día, debe ser. Será porque sueño con pasadizos demasiado estrechos que no puedo sortear, será que no nací con suficiente hueco, que no debía haber nacido y sólo soy un feto deambulante, con la bula de hacer lo que quiera. Pero esta idea no es la mía, se la he robado a otro, así que vamos a dejarlo. Perturbando miradas. Sí. Quizás sea porque donde debiera estar es en mi cueva, mi caverna, ¿o esto ya lo he dicho? No sé, no importa decirlo otra vez. Sólo he deformado la realidad, o eso quiero creer. Quizás mi tarea consista en escribir estas líneas. Pronto lo comprobaré, porque cuando se hace algo que tiene que ver con el curso de la naturaleza, y no con entorpecer ese curso por pereza, pura pereza, entonces uno se siente bien. Se siente bien por dentro, y por fuera tan bien. Me pregunto si mi cerveza todavía tendrá gas, si merecerá la pena beber más. Sí. Tiene gas y Gadafi ha muerto, o eso ponía en la tele cuando he levantado la cabeza para dejar pasar el alcohol camuflado en sabor a cebada fermentada, cebada o cualquier otro cereal, no importa, lo que ahora de verdad importa es entretener el tiempo. Tenemos dos salidas. Entretener el tiempo, o pararlo. Nunca se sabe parar a tiempo, o quizás el preciso momento en que pares, aunque sea artificial, sea el momento adecuado, el escrito. El destino. Como si el destino fuera inamovible, y qué si lo es. Que si lo es y no detenemos el tiempo, estamos jodidos. Entonces estamos condenados a entretener. Da igual dejarse entretener, entretener a otros, de forma más activa, más pasiva. Siempre es para autoentretenerse, entretener lo que nos queda de vida. Entretener nuestra cabeza para dejar de lado las grandes cuestiones que nos pesan demasiado, que nos vuelven graves y pensativos, que quizás nos salven, o quizás no y estemos igual de jodidos. Pues yo sólo quiero entretener, pero de otra forma quizás, entretener estirando, deformando, esta idea ya la tengo muy manida, deformando el cerebro, estirándolo en una mesa con un rodillo de amasar para poder hacer los cortes más precisos. En fin, da igual. Ya he cabalgado sobre esta idea lo suficiente y creo que no lleva a nada. Creo que lo de cabalgarse al cerebro, querer cambio, aventura, decepción, desilusión a cambio de esperanza de nuevas ilusiones, todo eso está jodido, también, y no es otra cosa que entretener. Entretenerse hasta el momento final. Masquemos esta palabra. Qué es lo que nos mantiene vivos, la razón por la que no paramos todo de repente, acto discutible pero por mucho que discutamos nunca sabremos llegar a ninguna conclusión. Lo que nos mantiene vivos es la confusión. La confusión en nuestras cabezas. Al tigre no le mantiene vivo esto, sino la supervivencia, cosa bien diferente. El tigre retoza todas las tardes, horas tumbado sin hacer nada, no tiene la conciencia desarrollada, y eso le permite desprenderse de sentimientos, no desprenderse no, no es la palabra, nosotros somos los que nos desprendemos de la realidad desde el primer gruñido abstracto. A partir de ese momento, estamos jodidos. A entretenerse tocan. El tigre, como decía, no necesita películas ni Internet. Se tiene a él mismo, su libertad, lo que es la verdadera libertad, que sólo se tiene cuando nunca se ha abstraido el concepto libertad. Entérate, tú ya has abstraido de una forma otra. Así que entretente. Entretente para no caer en el concepto de muerte. También está la meditación, ese intento de imitar al tigre, pero me temo que sólo dure unos instantes, por lo menos para mí, quizás con práctica… Pero tengo una lengua materna, que me arropa todas las noches, y es muy difícil desembarazarse de las cosas maternas, porque tienen raices profundas, así que sólo queda entretener el tiempo con justificaciones, justificaciones para vivir más, curiosidad, sueños, ilusiones. La rutina también vale, deja pasar el tiempo como si de pronto nos metiéramos en un túnel de hipervelocidad. Para aquellos que saben soportar la hipervelocidad vale también. No se diferencian mucho de los que prefieren un instante y acabar, pum, pastillas, revólver, por eso del romanticismo, da igual. En el fondo creo que la tristeza es un intento de desentretener. Esa búsqueda del cambio, quizás del progreso, pero no nos engañemos, sólo hay sufrimiento, sólo es un intento de estirar el tiempo, como al cerebro, para diseccionarlo y chupar su Internet, hasta que no le quede jugo. No puedo pasar al siguiente párrafo. Nos engañamos con que hay progreso, quizás lo haya, no lo sé. Sólo sé que el progreso no es esto, y que por momentos me arrepiento de estirar el tiempo, pero no lo puedo devolver a su forma original, no es elástico, así que engaño a mi cuerpo con una cerveza. El tren de la rutina no es para mí. Menos la instantaneidad del suicidio. Me quedo con estirar y estirar, dejar deudas por pagar para tener tiempo de devolver. En el fondo siempre me arrepiento, pero sigo. Desde pequeño me enseñaron que el héroe de las historietas siempre tenia un momento desesperado, momento en el que todos le dicen que lo mejor será tirar la toalla, y él por un momento se lo cree, pero sigue, porque ya todo da igual. Ha aceptado desaparecer, algo así como eliminar el ego, pero esta idea ya está muy cabalgada, parece una puta, así que no la incluimos. En fin, cuando el héroe parece perdido, la situación comienza a resolverse milagrosamente, y al final acaba con la chica, halagos de todos, le invitan en los bares, le conocen, que es más importante (no como a mi que me lanzan miradas perturbadas). En fin, ¿por qué a mi no me pasa esto?, con lo mucho que sufro sin mi Internet, sólo hay que ver la de palabras que escupo, la cantidad de palabras, más cuanta más soledad acumulada. Será que todavía no he tocado fondo, y me da vértigo, y yo sólo quería un descanso en el desfiladero en forma de película. Pero al parecer ya he agotado todos los descansos, y me he demorado demasiado, y tengo que seguir cayendo. En fin, vuelvo a mi cueva, para cumplir con lo previsto.

1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Un niño aporreando letras es una potencia peligrosa para muchos...