18 ene 2011

César Martín Ortiz


Artículo relativo a la muerte reciente de un gran poeta salmantino, publicado en La Gaceta el 15/1/11.




Dice José Jiménez Lozano, citando a Christian B., que la literatura es frecuentemente un gallinero. “Es siempre un ruido de gallinas el que se oye cuando se abre un libro, pero yo vi un día que existían también pájaros del Paraíso que cantan de una manera única… yo buscaba mi alma, es decir esa luz que cada uno debe dar antes de morir. La mayor parte aspira a la gloria, pero, cuando se ha visto otra luz, se ve que la primera no es nada…”.

César Martín Ortiz pertenecía a esa especie exquisita y rara de los pájaros del Paraíso. No residía aquí, pero de aquí era y aquí ha dejado a muchos admiradores de su obra y amigos del alma perplejos y anonadados por su temprana muerte: a los 52 años.

Profesor de Literatura, había sido destinado a Jaraíz de la Vera en Cáceres, pero su formación humana y académica eran salmantinas, de la promoción de Hispánicas del 81. También su familia aportó a esta ciudad toda una estirpe de filólogos como su propia madre, Adela Ortiz, que le alentó en su amor por las letras.

Siempre fue brillante, creativo en todo, recuerdo nuestras conversaciones en el café Novelty en torno a lo que entendíamos era la Literatura de verdad. Por aquel entonces admirábamos a Anibal Núñez y criticábamos ya el mercantilismo que lastra y oscurece toda creación verdadera. A ella se dedicó en cuerpo y alma toda su breve vida, no quiso moverse de su lugar extremeño y allí, autoexilidado, amó, sufrió y escribió, también enseñó a no pocos estudiantes esa Literatura verdad con la que los deslumbraba. Era un seductor con tres armas fundamentales: la inteligencia, la sensibilidad y una personalidad inolvidable. Quizá fuera un romántico moderno o un místico contemporáneo implacable en su lucidez, como implacable fue también en sus convicciones éticas.

Vivió en escritor porque había nacido para ello, él decía que “escribir es una actividad previa a la redacción de escritos, está vinculada fatalmente al carácter y se ejercita, bajo múltiples formas, desde la infancia más temprana”. Su reconocimiento público comenzó con un excelente libro de poesía que obtuvo el Premio Leonor 1989: Dedicatoria o despedida, siendo parte del jurado Claudio Rodríguez. En él ajustaba cuentas sentimentales con experiencias decisivas que marcaron su vida. A Dedicatoria pertenece este poema que fue recogido en la antología Las palabras de paso (poetas en Salamanca 1976-2001) de José Luis Puerto. En él expresa su profundo desprecio al filisteo, al materialista, al vanidoso: “renuncia a la espera de la dicha inmerecida/ y niégate al mal gusto de ganar/ derrota al azar apostando por ti mismo/ que eres el peor de tus caballos/ apuesta para perder toda la vida/ y si ganas/ quiebra tu propia espada/ y deja que otros se repartan el triunfo/ porque hay mentiras que ya no son para ti/ verdades que nunca fueron para nadie.”

Siguió Toques de tránsito, accésit del Premio Esquío, en el jurado: F. Brines y J. Hierro: otra vez el mal existencial que proviene del desacuerdo entre los ideales y la realidad triste: “No puedo recoger su compasión/ su cínico respeto ante este mal/ cuyas heridas no se exhiben nunca/ que carece de nombre, pero existe.”

No es un poeta blando sino acerado en su lucidez, escéptico y desencantado: “de vuestro trato sólo obtuve el asco/ que producen las crueles alimañas.”

¿Un misántropo? No, un ser que exigía nobleza a los demás y la ofrecía, así tuvo grandes amigos incondicionales de los que obtuvo amor que es tan difícil porque nos mejoró por dentro, nos regaló ideas, sentimientos y nuevas visiones del sentido de la vida. Aplicaba el escalpelo frío de la razón a cualquier experiencia vital y nos la devolvía convertida en nueva forma de realidad. Era un cirujano de los sentimientos. Su hiperconsciencia le causaba profunda desdicha, para la que sólo tenía un antídoto: sus espacios irrenunciables de soledad. En el fondo, era un enamorado de la vida, por eso la quería mejor: “Miré todas aquellas cosas corrientes con reverencia hacia su belleza, con el asombro de no haberlas visto nunca tal como eran, llenas de significado, necesarias…”. Esas nuevas visiones le proporcionaron momentos inefables: “…pensé que me había muerto y era feliz”. ¿No inauguran estos textos un nuevo misticismo?

Su obra está también impregnada de sensualidad: El amor y sus teorías ocupan un espacio importante. En una espléndida colección de cuentos titulada Un poco de orden dice: “Pensé que amar no es un acto tan involuntario o tan inmerecido como el romanticismo o sus residuos nos han hecho creer. Pensé que también requiere fe y valentía” y en su relato Daniel: “Los amores no entran en la vida sino que salen de las reservas del alma y estas se agotan. Un amor no es una adquisición, un regalo o una lotería, sino el ejercicio de una capacidad”.

De hecho, César nunca se conformó con ningún mal amor o amor farsante, fue valiente y lo encontró de verdad al final de su vida, Bego. Además supo prepararse para morir cultivando una espiritualidad insobornable de la que fue testigo y cómplice ese hermoso paisaje de la Vera. Como buen romántico la naturaleza le ayudaba a encontrarse a sí mismo, a estarse, a expresarse. Había leído muy bien al filósofo Emerson recomendado por su alma gemela, su hermano Javier: “mi casa está detrás de las montañas/ en la falda desierta que da al Norte/ quemada por el viento.”

“El escriba del viento” lo hemos llamado después de su muerte, de un cierzo terrible que arrasa lo superfluo y nos hace brotar el alma.

Él mismo presagió que su salida de este mundo sería en invierno. Ya el blanco de la nieve contendrá siempre su presencia: “El viento trajo algunos copos blancos/ como de otros lugares/ como si no estuvieran destinados/ a descender aquí./ Testigos de un invierno más invierno/ más recogido y blanco/un invierno que no es el de nosotros.”

Y ahora se ha marchado a ese invierno invisible, mientras sus palabras vuelan, ya regaladas como una herencia. Ha dejado varias obras sin publicar, entre ellas tres novelas. Que alguien las recoja y las publique, porque las necesitamos. Es obligación de humanistas, de todo el que ame las palabras verdaderas.

Emilia González Fernández

4 comentarios:

Gelu dijo...

Buenas tardes:

Buscaré su poesía, tan necesaria.
Estupendo artículo.
Gracias por esta entrada.

Saludos.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Un escritor que se debería leer para que no caiga en el olvido tras su muerte.

http://adu-literatura-varios.blogspot.com dijo...

Joder.
52 años.
Yo 53, y he estado a punto de palmarla a su misma edad.
Carpe Diem. Y gracias por la referencia.
Adu

Anónimo dijo...

Va camino de un año que César nos dejó. ES necesario que alguien publique su obra, esas tres novelas algunos las estamos esperando como agua de mayo.