9 ene 2014

Pez Oriental XXIII


La tranquilidad después del acto es una maraña suave que acaricia. Responde a la suavidad de la tela que ya no aprieta sino reduce sensiblemente las picaduras de mosquitos artificiales invisibles. Repasando todo, toda mi vida, y proceso, no quedan cabos sueltos y puedo jugar tranquilo con la maraña que se enreda entre mis dedos. Es la única parte de mi cuerpo que quiere moverse un poco, y yo la dejo hacer lo suyo. El placer cerebral es una forma avanzada de regocijo que a veces se nos olvida, pero cuando vuelve con ramalazos de relax se parece un poco a una música chill out con velas y una bañera caliente. Reducir el colorcito de una tarde en una taza de infusión herbal es algo muy benigno, que repercute sutil, casi trivialmente en cada extremidad, y mi tronco se ha olvidado de que existe, así que podemos relajarnos a gusto, ella y yo, mi tronco y yo, su cabeza enmarañada y mis dedos, la tarde tranquila y la luz repasando las concavidades de su cara, la respuesta a un dios que nunca nos dijo nada es un silencio calmo y reparador; sin ponernos espirituales ni místicos ni nada parecido podemos decir que estamos a gusto, ella y yo, su pelo y mis roces, mi cuello relajado y sus manos que reposan tranquilamente sobre las sábanas que huelen a limpio. 

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