13 dic 2013

Pez Oriental XXI

La he vuelto a ver. Hoy la chica se ha levantado pronto y ha pasado fuera todo el día, necesito un trago en el bar. 
Ni fumo ni espero, solo que no quiero respirar mi propio aire ni un minuto más. Bajo y llego al bar, era inevitable: la puerta de su portal abierta y luz en la ventana. La cubren unas cortinas de tela fina así que no puedo ver lo que pasa en el interior; quizás ella esté con otro que haya conocido esa misma noche, o simplemente no espera ni quiere visitas. “Visita no esperada, visita no deseada”, dice el refrán, y tiene su parte de razón, pero si vives en un piso de ciudad esos lemas de ermitaño de poco sirven, así que subo, no me apetece pasar la noche en el bar y respirar aire viciado otra vez.

La misma escalera oscura, como siempre poco que decir, solo que esta vez no puedo guiarme por sus pasos de tacón y casi tropiezo con los escalones, más altos y estrechos de la cuenta. El rellano está iluminado por una lámpara de cristal grueso que forma una especie de flor blanca. En realidad sólo es blanca en las puntas, experimenta un fundido que va desde el ocre al blanco, el ocre saliendo de la forja de metal que la sostiene. Es una lámpara de pared, poco que decir. Sí podemos decir que el rellano es de madera, suelo de madera y pasamanos de madera. Madera clara como de habitación de un niño. No sé que tipo de madera será pero me gusta, hasta los rayones negros que se notan más tienen su encanto. La puerta es de una madera parecida y está entreabierta, así que paso. Esta vez no me da tiempo ni a encender un cigarrillo, me coge por la bragueta, me aprieta bien y me conduce a la habitación contigua al recibidor. Estaba también oscura. Poco que decir.

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