31 ene 2014

Pez Oriental XXVII

Me despierto con su espalda desnuda surcada de cadenas doradas. Es la luz que filtra la persiana. La acaricio suave porque es suave y morena y me gusta la colina de su culo, más pronunciada si cabe porque está tumbada de lado. La repaso, llego a la cintura y vuelta a empezar. Ella está despierta, pero prefiere hacerse la dormida porque sabe que las caricias son más fáciles cuando no hay que mirarse de frente.
Me doy la vuelta, despacio para hacer el mínimo ruido posible, solo el inevitable rozar de sábanas contra piel, como intentando no despertarla para seguirla el juego. Me calzo los pantalones.
-¿Ya te vas?
-Si, tengo cosas que hacer.
-¿Ni si quiera tienes tiempo para desayunar?
Creo que para ser la segunda vez que nos acostamos podía permitirme el lujo de desvelar mis preferencias en cuanto a desayuno se refiere. Me cuesta, porque son un poco particulares, pero en fin, no deja de ser algo sin importancia. 
-Vale, vamos a la tienda de aquí abajo.
-¿Al veinticuatro horas?, ¿es un poco cutre no? No es fiesta, debe de estar todo abierto.
-A mi me gusta ese, encuentro fácil lo que quiero.
-Vale vaquero, donde tú digas.
Se vistió en un segundo, casi ni me di cuenta de que lo hacía:  enfundó su cuerpo desnudo en el mismo vestido de anoche sin usar la cremallera (su delgadez se lo permitía) y se calzó dos sandalias de plástico en los pies. La pinta era un poco ridícula pero no le quise decir nada, supongo que se vistió así porque la ocasión lo requería. Tampoco quiso ponerse ropa interior, pero no hace falta entrar en detalles. Bajamos, todo seguía igual en el rellano salvo que a parte de oler a polvo la luz lo hacía visible, apoyándose a discreción en el pasamanos, el suelo y los frisos de madera.
El veinticuatro horas es una pequeña panadería con un servicio de cafetería y una combinación de quiosco, frutería, charcutería, bebidas alcohólicas y comida en lata en general. Aquí puedes encontrar lo que quieras entre dos pasillos minúsculos, sin tener que recorrer grandes superficies. A cambio, es un poco más caro que los supermercados convencionales. Me acerqué decidido a la sección de pan, no del reciente, sino del industrial, nunca llegaré a acostumbrarme a ese sonido crujiente de lo recién horneado. La elección era fácil, pan de molde blanco y la peor marca de ketchup que había en la estantería, y por ende la más barata. Prefiero comprar pan bueno, el ketchup es prescindible.
-Yo ya estoy, cuando quieras.
-¿Pan y ketchup? Menudo desayuno.
-¿Nunca has tomado tostadas con mermelada? Pues esto es igual.
-Vale, yo creo que me voy a decantar por un estrambótico cruasán sin nada y un café con leche.
-Tú misma.
Nos acercamos a la caja registradora, y como la señora estaba atareada sacando panes recién horneados (masa congelada) de una especie de horno-microondas, tuvimos que esperar un rato, haciéndose inevitable escuchar la conversación a voces que estaban teniendo unos adolescentes a nuestra izquierda. Eran tres, chico-chica-chico, y claro, el que más grita cosas guarras y enfermas se lleva la palma. En este caso estaban hablando de desmembramientos y historias que olían a japonés loco, así que preferí no escuchar, pero la situación me obligaba. Los gritos, el ruido del horno-microondas, las luces demasiado potentes, el contenido de esos gritos que ahora pasaban por un combinado de necrofilia y cocacola, en definitiva, una escena sublime. La mayor turbiedad era para ellos motivo de regocijo, necesitaban vivencias que solo podían suplir con anécdotas extraídas de la pantalla de sus ordenadores. No les culpo, seguro que sus neuronas estaban eclipsadas por un instituto lleno de normas y restricciones y un hogar zambullido en sus historias fantásticas favoritas.
Invité a mi compañera a tomar nuestro desayuno en un banco de fuera, cosa que entendió sin hacer preguntas así que pagamos y salimos. Yo me preparé un sandwich de ketchup y ella se ofreció a probar un pedazo de su cruasán embadurnado en esa sustancia dulceavinagrada, por puro divertimento.
-¿Qué tal?
-Está asqueroso.
-Nada como el pan de molde, ya te lo dije.
Y ahí acabó nuestra conversación, me pareció suficiente para un segundo encuentro y ella parecía opinar igual. No quería alargar más el desayuno así que metí en la bolsa el bote de ketchup y el pan y me despedí.

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