10 dic 2013

Pez Oriental XIX

Pernoctar. No sé, me encuentro desubicado, por ejemplo: volviendo a casa después del paseo matutino, cuando vi al chico corriendo que escuchaba música con sus cascos mientras miraba los chopos y el trozo de tierra marrón con alcantarilla de cemento, no he podido pensar en nada. Ahora me oigo, en casa delante de la máquina, sí, pero el paseo de vuelta ha sido silencioso, etéreo. Tanto que no consigo ni acordarme de por donde pasé, del camino que tomé. Y mira que no estoy acostumbrado a esta ciudad, a sus calles, siempre doy unas cuantas vueltas antes de llegar a una casa que me suena, que me recuerda que hay que girar una a la izquierda, seguir recto al llegar a la tienda de regalos tomar la calle de la derecha, una calle, una farola, una pintada cursi de esas que hay por ahí, da igual. Pero esta vez no recuerdo ningún tótem que me guiara. Supongo que simplemente estaba a otras cosas y el inconsciente, o ese hilo invisible que a veces nos guía, ha  cumplido su parte. Todavía estoy un poco confuso, si hasta mezclo las letras, no es que sea disléxico pero a veces cuando quiero escribir que, pongo qeu y me quedo tan ancho. Menos mal que lo que yo escriba no lo va a leer nadie. Por lo menos nadie en esta ciudad, son escritos anónimos. Quizás en un futuro los envíe al periódico local, pero de momento están bien donde están. No se qué pasa con la chica. Debería estar ya en casa, es tarde. Algo la ha debido de haber retenido. Anteayer trajo un montón de libros forrados de todos los tamaños, y se pasó la tarde ojeándolos. No es propio de ella. Me temo que demasiada información pueda haberle provocado un cortocircuito. Ella no suele  asimilar mucho de golpe, y cuando lo hace, le sale la vena psicótica. Ella no es así. Esta ciudad nos está cambiando. A los dos. 
Digo tarde porque no ha venido para comer, y ya son las cinco. Sé que ella ya es mayorcita para comer sola, pero suele venir aquí a prepararse algo, un sandwich rápido de jamon york con mayonesa, o mayonesa sola, y se va a su cuarto a dormir un poco. O dormitar, no sé. Me preocupo por ella, sí. Estoy preocupado. No nos hemos dicho nada desde que vinimos aquí, y me gustaría saber cómo se siente, que anda tramando. Ella me quiere impresionar, quiere hacerme ver que se puede valer por sí misma, pero en el fondo sólo ratifica una y otra vez que no puede separarse de mí, me necesita. Como yo la necesito a ella. Somos como una de esas parejas de la tele, inseparables, que cuando se enfadan intentan hacer carrera en solitario pero el show cojea por todos los lados, y entonces se reúnen de nuevo, o acaban con todo. O siguen por terquedad y hacen el ridículo, como antes quizás, pero en solitario, lo que es más ridículo todavía. Yo también me siento un poco ridículo. Doblemente ridículo, porque ella no está, pero me parece que ya he dicho esto. 
La mujer de ayer fue como una ducha de agua fría en una mañana de resaca. Reconstituyente, lacerante como mil agujas pinchándote la piel. Sólo la piel, sin llegar a nada más profundo, pero qué hay más profundo que la piel, donde los nervios terminan y se hacen débiles y escurridizos. Por supervivencia, sí, puro instinto de supervivencia. Por eso digo que es el nivel más profundo, amén que superficial. Las dos cosas van unidas, es como las parejas de la tele. No se puede atacar la personalidad pretendiendo sacar las motivaciones más oscuras, como los traumas de infancia, no, hay que atacar la máscara, el reflejo. Atacar lo superficial para llegar a lo más hondo. Así me cogió ella, por los pelos, en la piel, como una ducha fría en una mañana de resaca, reconstituyente, sí, refrescante y sana. Cuando sales de la ducha y el frío te contrae es menos frío, menos malestar. Dolor agudo, pero beneficioso, como el dolor que te provoca el cirujano cuando te abre la piel para extirparte la parte enferma, la parte enferma que tienes dentro, porque enfermamos por partes. Dicen que todo es somático, pero yo creo que somos algo así como una máquina, cuando falla una pieza, te la cambian y se acabó. Si falla el motor ya es otra cosa, entonces quizás lo mejor sea comprarse otra máquina, trasmutar a lo Kurt Cobain. Yo no me creo que lo matara la CIA, no me creo ninguna de esas chorradas, él ya había muerto cuando tocó en acústico por última vez. Quiso que la rabia de las guitarras eléctricas se desvaneciera para dejar ver la cuerda pulsada, la resonancia natural. Natural, superficial. Romper con lo profundo al fin y al cabo. Él rompió con la fuerza y se hizo débil, progresivamente, como en una escala cromática del morado intenso al blanco. Y se quedó en eso, en blanco. Porque del blanco es muy difícil salir. Porque no se escribe sobre blanco, se escribe sobre la suciedad del papel. Quizás busquemos limpiarla, producir algo más blanco o hacerlo todo totalmente negro, o negro a cachos, porque los desvaríos nunca son capaces de llenar todos los huecos. O buscamos lo heterogéneo, porque somos heterogéneos. Y que alguien diga lo contrario no hace más que ratificarlo. Pero qué voy a contar yo, si estoy hasta el cuello de lo sucio, de lo sucio porque hay algo negro y algo blanco. Porque si sólo hay sucio y no se deja ver la pureza, lo limpio, entonces no te entran ganas de limpiar y puedes dejar todo como está. Cómo va a intentar alguien escribir sobre una hoja negra. ¡Es imposible! Mejor dejarla como está, ya está todo hecho. Claro que nadie vive con una hoja negra en la cabeza.

Todos tenemos un hueco que rellenar, por muy pequeño que sea. Cuanto más pequeño, más profundo claro. Los metros cúbicos de incertidumbre que sabemos soportar siempre son los mismos, lo que difiere es su distribución. Yo casi prefiero un hueco pequeño y profundo porque te puedes olvidar de él de vez en cuando, y cuando necesitas vomitar lo echas todo allí, se lo traga como un sumidero. Nunca se llena, es aterrador, pero cuando esta idea te empieza a rondar apartas la vista y listo. Es lo fácil. Por lo menos a mí me parece más fácil.

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