21 nov 2013

Pez Oriental VII

Fumando espero a la que yo quiero, y como me canso ya de esperar bajo al cafe donde quizás la confusión haya decidido que sea ella la que me espera. En la acera los bloques de hormigón carraspean de frío porque están empapados, pero es un carraspear parecido al del fumador, que se reafirma en su vicio al toser, la garganta irritada pasa ser un rasgo de identidad que ama y le recuerda todo el humo que ha silbado. Igual que los adoquines, que en el fondo aman el frío porque los devuelve a esas temperaturas extremas de la niñez. El frío húmedo también me transporta a mi niñez, pero como no me gusta pensar mucho en ello me meto en el bar y se acabó. Allí la atmósfera es más amable: densidad de humo de cigarro, calor humano, conversaciones a ritmo de música ambiente, alcohol, amarillo y naranja en las paredes y un piano de cola en el fondo de la sala que le da al local distinción, el toque característico que lo diferencia de un salón cualquiera. Y las sillas de mimbre, que también hacen lo suyo en la configuración de la personalidad del sitio. Todo tiene algo característico que le imbuye un alma acogedora, desde la copa que goza de un masaje de labios con bigote espeso hasta los tacones de la mujer que se sienta sola, bueno sola no, le acompaña el periódico del día, doblado entre sus dedos, y un aura misteriosa que me incita. Me siento a su lado. No puedo disimularlo, tenía que ser ese sitio, el nerviosismo digo, no puedo disimular. Pego un trago y me recreo en conversaciones que divagan y divagan. Solo falta que se materialicen con una palabra, un gesto, algo que rompa el silencio entre nosotros. O quizás nuestro silencio sea la conversación más reveladora, intrigante y llena de matices de entre todas las que pueblan la sala. Sí, ya lo veo, es casi telepático. También ella se da cuenta y baja el periódico un momento. Me mira. Me mira con esos ojos azules de pestañas repeinadas. Mantiene esa mirada y yo no puedo hacer lo mismo, miro a otro lado, pero rápidamente la miro a ella porque la curiosidad de saber si mantiene sus ojos fijos en mí me corroe. Sí, los mantiene, sigue atormentándome con esos ojos cuya intención ni intuyo ni creo que pueda adivinar aunque barajara todas las posibilidades y me basara en leyes probabilísticas. Se escapa a toda ley, toda ciencia y todo arte. Ni la intuición más fina ni la ciencia más certera podría desatar el nudo de complejas intenciones que esta mujer ha tejido en su mirada, y que me lanza con delicadeza hostil. Ahora coge su tabaquera. No deja de mirarme. Saca un cigarro fino y lo posa en sus labios. Yo saco mi mechero, lentamente, para que no parezca que el corazón me va a mil y lo prendo con seguridad, sin titubear. Ella aspira el humo dejando que todos los matices se materialicen en su pituitaria, echando la cabeza un poco hacia atrás, tratando con delicadeza el aire que ahora descansa en su organismo como se mece el buen vino en una copa de cristal fino. Lo expulsa ladeando un poco la cabeza para librarme de la nicotina y me da las gracias. Un gracias bastante simple que no se corresponde con la complejidad y sutileza que yo me esperaba de esos labios, pero este tipo de decepciones ya son comunes en mi experiencia, y las asimilo con rapidez. Acepto su gratitud.
-No hay tiempo para tanta lentitud. Te mueves lento, piensas lento. No se puede reflexionar demasiado, hay que captarlo rápido, como un chispazo. Has querido personalizarte en el mechero, pero eres tú el que me tiene que encender, ya me quemaré yo a mi ritmo, pero tiene que ser de un chispazo rápido, un mensaje corto, intuitivo, animal. Sin pasar por ese filtro que todavía aflora en algunos retrasados. Sí, retrasados en la sociedad como tú. A ver, ¿cuánto tiempo te crees que tenemos?, el mínimo, el imprescindible. Todo tiene que ir a patadas, a golpe. Si no la gente se amuerma, se aburre, sí, como lo oyes. Como no les grites en el oído y acto seguido les pegues un puñetazo en el estómago la gente seguirá más atenta a los chillidos de su móvil. Así que vamos, actúa, recoge todo lo bueno que hayas asimilado y transfórmalo en golpe, en ruido entrecortado; algo informe y chocante, que despiste más que la publicidad, más agresivo, más atractivo. Si tienes huevos lo consigues, porque el mensaje de fondo es desinteresado, y sólo por eso provoca interés, así que vamos, la materia prima la tienes, la tienes encerrada en tus testículos, corre y eyacula a chorro entrecortado.
¡Pam! Esto es demasiado, a cada palabra un escalofrío me recorre el espinazo, mi cabeza está a punto de explotar, doy un golpe en la mesa y me siento al piano. Es lo que necesitaba, joder. El contratiempo que marcan mis dedos, como queriendo dibujar una figura que no es palpable más que por su contrario, que se desvanece pero uno no puede negar su presencia porque fuertes golpes ya la niegan constantemente. Y la dibujan a la vez. Es la posmodernidad pura fluyendo de las yemas de mis dedos, un pensamiento entrecortado, sin hilo, sin convenciones, pero con magia, mucha magia y un buen par de...


¡Ah! Somos onanistas empedernidos, y por eso nos masturbamos sin pensar en el sexo, cada uno agarrando los genitales del otro, repitiendo ese contratiempo que se debate entre el instinto, el placer, la repulsión, el deseo, la sangre estrujada entre tejidos orgánicos hinchados, fluyendo de arriba abajo según la presión que ejercen los dedos de piel ajena, de persona ajena, que estrujan y bambolean la sangre, de arriba a abajo. Fluidos que caen en cascada buscando la luz, buscando lamer piel externa, un contacto con ella, el lenguaje de lo orgánico,  porque el fluido está demasiado acostumbrado a lo interno y necesita correr aventuras y oir aventuras de sus compañeros externos para ir bien preparado, bien preparado para poder soportar esa luz nueva de lo externo. Pasar de lo interno a lo externo, escupir, mear, vomitar, cambiar al fin y al cabo, y dar noticia del cambio. Cambio a golpes, patadas, golpe, golpe. Y el chorro final que nos devuelve al retrete del baño del bar, sentados en la taza, extasiados, mirando como idiotas las frases que adornan la puerta de madera, primero las más llamativas, escritas con rotulador negro, y luego escudriñando lo que querría decir ese que grabó su frase pero ahora solo logro entender “Lo ..eda.. los de ...elva”

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