10 nov 2013

Pez Oriental IV

El teniente es algo nervioso, siempre anda temblando. Cuando la botella tapa su mano parece como si un niño la sostuviera, de lo finas que tiene las muñecas. Las manos también son finas, pero largas y llenas de venas rechonchas, nada que ver con las de un niño. Esta mañana le he dejado en casa y yo me he ido a pasear, a ver que encuentro por ahí. El dinero es siempre una preocupación. De momento no hay problema porque nos queda para vivir un par de meses, a menos que el coronel descubra dónde guardo el sobre. Siempre me ocupo yo de los temas importantes, en el fondo él es como un niño, sólo que en vez de sonajero y chupete aporrea su máquina mientras sorbe la botella, siempre encima de la mesa dibujando redondeles en sus hojas medio arrugadas. Dice que no le hace nada y yo me lo creo, es  pura adicción, sin las fantasías que te regalan las drogas las primeras veces que les haces una visita. Ellas saben que merece la pena dar primero, y luego chupárselo todo, lo tuyo, lo suyo, lo mío...Todo 
Hay muchos turistas, lo que significa que hay pasta fácil, sólo hay que saber buscarles las cosquillas para que se agiten y suelten el dinero, como si aporreas naranjos hasta que la fruta madura inunde el suelo. En el trópico tienen frutas a miles, tantas que no saben qué hacer con ellas, así que beben zumo. Aquí no llegaré al extremo de beber zumo de turista, pero sí hay que pensar un método para exprimirles. De los locales ni hablo, esos saben bien agarrarse a sus bolsillos como si fueran arneses y estuvieran escalando el Everest. Por lo que veo abundan los músicos callejeros. Hasta un chino tocando el violín. Debe de dar dinero. Por haber, hay hasta un paisano que pinta con ceras y rotuladores las paredes, haciendo con filigranas barrocas un rostro medio triste, medio conformista, del que se escapa una lágrima. A mi no me conmueven estas chorradas sentimentales, pero me parece que el tío ha sabido sacarle filón al rescoldo romántico que le queda a la gente, y le llenan la gorra mientras pinta. Tampoco creo que una cara llorica le represente a él, seguramente lo ha puesto para confundir. No puedes ser un llorica si te atreves a sacar los rotuladores carioca para pintar un mural en la pared. A mí me da un poco de dentera. Nunca me han gustado los rotuladores, sobre todo cuando se les abre la punta, pero ese hombre me intriga, creo que tiene algo, que sabe algo de esta ciudad, de cómo exprimirla digo. Supongo que forma parte del gremio de exprimidores. En toda ciudad hay uno, y yo quiero el carnet de socio. 
Se me acaba de ocurrir hacer de guía, hay montones de turistas que miran como atontados a lo alto de los edificios. Sólo hay que saberse un poco la historia, inventar alguna anécdota graciosa y listo. Creo que voy a empezar por el edificio lleno de conchas que he visto al pasar. Necesito saber dónde encontrar la información, una biblioteca. Aunque me gustaría seguir al pintor de rotulador hasta la guarida del club de exprimidores... Bueno supongo que eso puede esperar, una buena idea es una buena idea, y no hay que dejarla reposar o se enfriará y no valdrá para nada, como el pescado recalentado.
Me he llevado una buena sorpresa. Resulta que preguntando por la calle un señor de barbas más bien mayor me ha explicado que en el interior de ese edificio rodeado de conchas, que ha dicho se llama “Casa de las Conchas”,  está la biblioteca. No me gustan esos sitios, demasiada gente antisocial junta crea un ambiente enfermizo que chupa cualquier amago de vitalismo, pero necesito alimentar mi gran inspiración, ¡a la sección de historia se ha dicho! He encontrado unas cuantas guías, pero como sólo me dejan sacar cinco, me he conformado con las más gordas. Ahora derechita a casa a dejar el peso, que además como están forradas y son de distintos tamaños, se me van resbalando de las manos. Al bajar las escaleras para salir de la biblioteca ya se me han caído dos veces, y la señora de préstamos me ha mirado mal. Yo le he sacado la lengua y me he ido de allí mientras ella me gritaba ¡señorita, su tíquet! Nada de tíquets, ya se pueden ir despidiendo de estos libros por una temporada. Acabaré devolviéndolos, seguro, pero no creo que me tome la molestia de caminar con ellos otra vez todo este trecho. De mi casa al contenedor hay sólo unos pasos.

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